
El olor a Río de la Plata es el pasaje para cruzar a una tarde de sol en la Ramírez.
Se proyectan imágenes de una ciudad, enfrente, más chiquita y melancólica, con playas, abrazada a un termo y con las manos desparramando azúcar de churros.
Lunas como faroles iluminan manos, que chocan rítmicamente con los parches templados.
Ta-Ta-Ta-Tatá.
Voces de murguistas desde el Parque Rodó, ásperas de medio y medio y nostalgias.
La feria… Tristán Narvaja regala más olores, y más voces, que suenan familiares sin serlo.
Y familiares, que son, suenan y esperan con tortas fritas.
MONTEVIDEO
Cigarrillo.
La otra mano en el bolsillo.
Apretando la solapa de mi saco
voy cuidando
mi garganta se hace daño
Al cruzar la bocacalle cogoteando
voy buscando divisar
allá en el fondo de la calle aquellos barcos
que dejé el año pasado donde el río se hace mar
como gran telón eterno, escenario para un pueblo.
Y en la esquina algún lamento de Cabrera
como un viento
me despeina el corazón y la conciencia
y voy viendo en la vereda dibujadas, inconclusas
melodías de Mateo.
Qué lindo es Montevideo.
Calentándome las manos con mi aliento
me convenzo que el acento de mi viejo
no es capricho, es más que eso.
Es seguir perteneciendo,
formar parte de este pueblo
como tantos uruguayos que se fueron
Una murga que te vuela la peluca
y en el aire rebotando en las paredes
mezcladito con el viento
el sonido del abuelo, queja de madera y cuero
y a juntar algunos mangos para el próximo febrero
Cigarrillo
la otra mano en el bolsillo,
y en la ronda con amigos, sea mate o sea vino
voy guardando esos momentos que me da Montevideo
Pablo Echaniz